Otras de las playas más visitadas en los meses estivales son Baltar y Canelas, presidiendo la zona urbana y semiurbana de Portonovo, respectivamente. Así, 400 metros de largo y tranquilas aguas constituyen las principales particularidades de la última. En contraposición, y con una extensión de 650 metros, su apertura al mar confiere a Baltar un elevado oleaje y vientos moderados que contribuyen a la formación de sus dunas. Pese a la antítesis de sus características, ambas cuentan con servicios de socorrismo y hostelería diversa que garantizan todo tipo de comodidades. En el caso de Baltar, su localización propicia, además, la celebración de las fiestas patronales de la parroquia.
Terminando por Montalvo, sus principales atractivos son su sistema dunar, su pinar (magnífica opción para la realización de comidas y meriendas campestres y resguardadas del sol y las altas temperaturas) y Punta Montalvo, un precioso mirador natural cuyos 57 metros de altitud sobre el nivel del mar posibilitan la visualización de la ría de Pontevedra.
De menor afluencia y con servicios más limitados, pero igualmente espectaculares, no debemos olvidar el resto de playas que completan el litoral de Sanxenxo: Agra, A Granxa, A Lapa, Areas Gordas, A Nosa Señora, Barreiros, Caneliñas, Carabuxeira, Chanca, Da Cruz, Do Bao, Dos Barcos, Dos Mortos, Espiñeira, Fianteira, Fontenla, Foxos , Grileira, Lavapanos, Maciñeiras, Major, Nanín, Pampaído, Panadeira, Paxariñas, Peralto, Pociñas, Ponte do Bao, Pragueira, Santa Mariña y Sequiña. Caso a parte, especial mención merece el arenal de Bascuas. En un entorno únicamente poblado por el cuerpo de socorrismo, supone la única opción nudista de las 37 playas existentes.
Turismo:
En su interior alberga el mayor bosque de laureles de toda Europa y una historia de intereses palaciegos y empresariales que han hecho de Cortegada una de las islas con más encanto de Galicia. Su historia se remonta a finales del siglo XIX cuando Vilagarcía aspiraba a ser el epicentro económico de las Rías Baixas y cuando convertirse en el eje turístico a nivel nacional era el objetivo de los empresarios de la zona.
Cortegada era, en la década de 1880, hogar de una veintena de familias y una isla en la que tenían poder los señores del Pazo da Golpilleira y la propia Iglesia. Escollos todos ellos que no importaron a un grupo de empresarios que iniciaron en 1884 los primeros movimientos para que fuese en Arousa donde el rey Alfonso XII (y a más tarde Alfonso XIII) contase con su residencia de verano. Lo que inicialmente parecía una mera quimera pronto empezó a ganar en forma. Políticos y hombres de negocios empezaron a mover los hilos para conseguir adquirir Cortegada para la Corona y poner así a disposición del monarca los terrenos necesarios para dar vida a su palacete estival. La idea no surgía de la nada, sino que se alimentó con al menos dos visitas reales a Vilagarcía aumentando así la ilusión en la calle y, por supuesto, en los despachos.
El primer documento de cesión llegaba en el año 1907, pero caía en saco roto. Ni todos los propietarios habían firmado (faltaban 11 de los 1193) ni la titularidad sobre la isla estaba clara. Motivo más que suficiente para que Alfonso XIII diese un paso atrás. La operación, que auguraba una mejora considerable en las infraestructuras en una zona muy castigada, estaba en el aire. Paralelamente, Miramar en Santander sumaba puntos para sacarle el puesto a Cortegada. Sin embargo la tesón de aquellos que habían creído desde el primer momento en convertirse en la “joya de la Corona” continuaba su marcha. El punto de contraste con los trámites puramente administrativos y económicos lo pusieron los vecinos de Cortegada que, con lágrimas de emoción, entregaban las llaves de sus casas en el año 1908 para ser reubicados en Carril. Una isla que los había visto nacer y a la que ya no volverían.
El documento definitivo de cesión, fechado en el año 1910 marcaría un antes y un después en la historia de Cortegada. Sí, Alfonso XIII se quedaba con toda la titularidad de la isla, pero renunciaba también a ejecutar en sus entrañas el ansiado palacete frustrando así una pretensión arousana que duró décadas.
Los años oscuros de la Dictadura dejaron solitaria y sin pretensiones al islote arousano y su titularidad pasó de generación en generación hasta llegar a las manos de Juan de Borbón (padre de Juan Carlos I). Poco apego sentía el que luego fue conde por un enclave que no había visitado jamás y probablemente fue esto, aparte de la situación económica, lo que lo llevó a venderlo por 60 millones pesetas de la época (1978) a una inmobiliaria poniendo a Cortegada en el punto de mira de los especuladores. De hecho se llegó a hablar de construir en su interior una urbanización con 800 viviendas. Afortunadamente, no fue así. La misma tesón que a principios de siglo se había mostrado para que Cortegada fuese residencia real se mostró ahora para evitar, por todos los medios, que se convirtiese en un paraíso “para ricos”.
La lucha en la calle y en varios frentes duró décadas bajo la premisa de devolverle “al pueblo lo que es del pueblo”. No fue hasta el año 2007 cuando este sueño se hizo realidad. La Xunta abonaba los 1,8 millones de euros que devolvían la isla a las manos de quienes siempre la respetaron, los carrilexos. Hoy, dormida en el corazón de la Ría, es uno de los enclaves turísticos con mayor empuje de las Rías Baixas. Las piedras de las antiguas casas y de la capilla que todavía hoy pueden verse en sus inmediaciones son el vago recuerdo de lo que pudo ser y no fue. Eso sí, aunque no real, es la joya turística por excelencia de Vilagarcía.